Siento el orgullo de haber integrado y participado activamente en los equipos de trabajadores del teatro de todo el país que desde principios de la década del 70, concebimos, redactamos y luchamos para lograr la sanción de una ley nacional para el teatro argentino.
Esta lucha – que duró más de 25 años – es considerada una reivindicación histórica del teatro nacional y un modelo de estructura orgánica federal.
En 1972, próximos al regreso a la democracia, comenzaron las primeras reuniones nacionales. Se efectuaban en distintas provincias argentinas.
Me tocó participar de todas las etapas de esta lucha, a veces como delegado nacional de la FATTA (Federación Argentina de Trabajadores del Teatro) o representando a los Trabajadores del Teatro o al Gobierno de la Provincia de Santa Fe.
En esos años, más que la acción por una ley significó una bandera de lucha por la cultura nacional y por el federalismo y asimismo, el diseño de un modelo cultural de una dimensión tal que aún hoy no es totalmente comprendida ni alcanzada por las nuevas generaciones.
El golpe de Estado de 1976 arrasó con el proyecto y con toda esperanza de organización federal del teatro de nuestro país. La Asociación Argentina de Actores acordó con las autoridades de esa época la eliminación de nuestras organizaciones gremiales.
En 1985, con la vuelta de la democracia se había logrado la media sanción del proyecto por parte del Senado de la Nación, pero al pasar a Diputados, el gobierno radical la rechazó, al decir de uno de sus diputados nacionales por Santa Fe, “por ser un proyecto corporativista”.
Por fin, en 1997, a pesar de las varias modificaciones impuestas por burócratas de la política y que le hicieron perder gran parte de lo esencial de su espíritu, logramos que fuera sancionada por ambas cámaras, pero el Gobierno de Calos Menen la vetó.
Gracias a la decidida acción de artistas y legisladores, fue nuevamente tratada y sancionada por unanimidad, siendo aprobada por aclamación en ambas cámaras.
Y allí estábamos, después de trepar por innumerables escalones, asomados en los balcones altos del Senado, con Luis Andrada, junto al querido “Negro” Carella, que después comprendí que en ese entonces ya estaba enfermo y a Oscar Rovito. Ahora éramos simplemente espectadores de nuestra historia, una historia que habíamos forjado con convicción, tiempo y esfuerzo.
Esa noche, cuando fue aprobada la ley, fuimos nombrados y destacados por la senadora que la presentó en la sesión de la Honorable Cámara de Senadores, como uno de los puntales que hicieron posible su sanción y nos señalaba desde abajo con su brazo. El recinto en pleno retumbó en un cerrado aplauso. Nosotros simplemente nos abrazamos entre los tres. Lo hicimos para disimular las lágrimas.
(Figura constancia en las Actas de Sesiones de la H. Cámara del Senado de la Nación).
La Ley, que creó el Instituto Nacional del Teatro, lleva el número 24.800 y su Decreto Reglamentario el número 991/97.