Vanos eran los intentos de los jóvenes Domingo y Alejandro por tratar de explicarle a Catón, el censor, los vericuetos y artilugios legales del denominado “cupo femenino”. Se perdía el trío en discusiones bizantinas sobre la primacía de la Constitución Nacional, sobre las leyes que se deben someter a su imperio. ¿Qué era eso de obligar a que las listas de candidatos tuvieran que contener un mínimo de candidatas mujeres ? ¿No dice acaso el Artículo 16 de la Constitución Nacional que todos los argentinos son iguales ante la ley y admisibles en los empleos sin otra condición que la idoneidad? No tenía consuelo el pobre y arruinado Catón ante tanto esperpento y mamarracho jurídico.
Comenzó a gritar a viva voz y a quien quisiera oírlo en las escalinatas del Parque España: “Manga de ignorantes, no saben que los cargos, funciones y empleos son para los mejores, sin distinción de sexos. Habrá lugares que pueden tener listas completas de mujeres o mixtas, o de hombres in totum”. Bramaba Catón que el talento no se puede cuantificar en cupos o porcentajes. Sería como pretender que en el campeonato mundial de ajedrez el 50% de las candidaturas debieran ser cubiertas por mujeres, aunque su capacidad no les permitiera distinguir los alfiles de las torres, ni el enroque del jaque mate. O que el 50% de los Premios Nobeles se le adjudicaran a las mujeres por el simple hecho de haber nacido féminas. Vociferaba Catón si los geniales legisladores que inventaron este zafarrancho de los cupos creen que los escandinavos premiaron a Madame Curie con dos Premio Nobel – Física y Química- porque algún cupo así lo determinaba. El nivel de los parlamentos por supuesto tenderá a disminuir intelectualmente con estas insostenibles leyes de cupos o porcentajes.
Se subió Catón arriba de un banco de cemento y preguntó a voz en cuello: «¿A qué legisladoras mujeres se les deben disposiciones importantes o trascendentes?» Contestó Domingo: “Y por ejemplo a Cristina Fernández, Elisa Carrió, Margarita Stolbizer o Gabriela Michetti”. Socarronamente el censor le espetó: «¿Y tú crees que alguna de ellas ocupó su función por un “cupo»?. Tienen un país con una imagen negativa in crescendo de casi todos los políticos, desde Macri hasta el caballo Suárez. ¿Alguien cree sensatamente que María Eugenia Vidal precisa de un cupo para tener la florescente imagen positiva de la que goza?»
Un transeúnte despistado le gritó “fascista”, otro lo corrió al grito de “Milico, andá a laburar”. Catón se bajó prestamente del banco y se marchó apresurado, envuelto en su túnica, dejando boquiabiertos a sus dos discípulos. Rememoraba con nostalgia sus épocas del Senado Romano en el que no había mujeres y al que no se podía acceder por ningún tipo de cupos. Y bastante bien les fue a los romanos que tuvieron un Imperio poderoso y expansivo por varias centurias. Las donnas al fin y al cabo eran frágiles cual piuma al vento. Lo descolocaba pensar si cumplían con la ley de cupos Florencia de la V o Lizzi Tagliani. Se mandó para el cafetín de la Bajada Sargento Cabral y mientras esperaba su mate con galletas, el televisor mostraba a Soledad Pastorutti gritando a más no poder, dando múltiples volteretas y revoleando el poncho, junto a su hermana, en lo que ellas creían que era un homenaje a Don Ata. Se levantó entregado y vencido y se rindió mascullando Catón: “Hasta aquí llegué. Cartón lleno”. Y se fue a dormir en ayunas.