No es la única cárcel que conoce: estuvo en Batán, Campana, Ezeiza, Marcos Paz, la 9 de La Plata, entre otras. Sobre la serie, dice: «La miramos, pero como una caricatura. Nos reímos mucho y nos cargamos entre nosotros, buscándonos parecidos con los personales».
En el vestuario también encuentran diferencias. «Acá veo ropa Armani, cadenas de oro; llegué a ver relojes Rolex», enumera Nicolás. Martín, desde Olmos, agrega: «En El Marginal los presos están siempre con la misma ropa y tienen ‘cero higiene’. Acá nada que ver. Hasta el más humilde tiene su ropa decente para recibir a sus visitas, y se corta el pelo una vez a la semana. Usamos todo de marca, y algunos hasta se cuidan con cremas. El preso verdadero es muy pulcro».
En las cárceles la música es más variada que en El Marginal. Puede sonar, en un mismo pabellón, música electrónica, salsa, rock nacional o reggaetón. La cumbia está en extinción. Y la que se escucha no es la cumbia villera que ambienta a la serie. Se prefiere la cumbia romántica, como la santafesina o la colombiana.
Jesús es de zona norte. Cumple una condena por robos en la Unidad 9 de La Plata, donde cursa la carrera de Sociología. Antes, estuvo en Sierra Chica, la 40 de Lomas de Zamora y la 30 de General Alvear, entre otras.
Dice que lo más parecido a «La Villa», el sector de la cárcel en el que viven los presos de la banda «La Sub 21» en la ficción producida por Pablo Culell, está en algunos patios de visita y en los sectores de «Casitas de pre-egreso». «Pero no vivimos así», aclara.
«En el patio colgamos mantas para cubrirnos del sol. Y construimos ranchitos al lado de las casitas para dejarle la casita libre al que recibe visitas. Lo llamamos ‘la ranchada’. Cuando las visitas se van, regresamos a la casa», cuenta Jesús.
En la cárcel real también existen las diferencias entre los presos jóvenes y los grandes, como en la serie. Los veteranos, que vendrían a ser los de «La banda de Borges», reniegan de los más pibes, que vendrían a ser los de “La Sub 21”.
Los primeros acusan a los segundos de no respetarlos, de invitarlos a pelear sin tener «currículum delictivo». Para que se entienda: en las viejas épocas, un ladrón de celulares no podía molestar a un ladrón de bancos o financieras. Hoy, eso ocurre. Además de invitarlos a pelear, los asaltan. Y los mayores prefieren no pelear: para ellos, el negocio pasa por hacer buena conducta y salir antes. Solo pelean por orgullo, y les recriminan a los jóvenes generar más dinero adentro que afuera. De ahí las disputas.
Aunque las peleas no son a las manos, ni hay apuestas de por medio, como se vio en el capítulo del martes. «Son solo con facas: cortitas o largas. Y no duran más de 2 o 3 minutos que entra la requisa a escopetazos», cuenta Martín.
Para manejar un pabellón, al estilo «Borges», y al igual que en la serie, se necesita de complicidad penitenciaria. A los líderes, en la cárcel real, se les dice «limpieza». Tienen trato directo con el director. A cambio de beneficios, cumplen con el pedido de mantener calmo el pabellón. Los beneficios pueden ser el ingreso de lo que pidan, o gozar de más visitas íntimas, o de porciones de comida más abundantes. «Hasta comen asados con los penitenciarios», comenta Jesús.
Además, pueden robar a otros presos y pelear sin ser sancionados. La semana pasada, un grupo de presos de la cárcel de Gorina denunció, mediante uno de sus celulares, que el director del penal trabajaba en connivencia con un preso. Y que eso les impedía tener buena conducta. En El Marginal, esos presos serían “La Sub 21”.
Otro que obtiene beneficios es el preso denominado «ortiva»: es el que le brinda al director toda la información de la cárcel: quién ingresa drogas, quién las vende, quién planea una fuga, dónde se guardan las facas o los celulares. Todo a cambio de beneficios. A veces, se da que los directores son trasladados a otras cárceles. Y, casualmente, al tiempo, los presos con los que «habían trabajado» en sus destinos anteriores, llegan a su nuevo lugar de trabajo.
En el regreso a la pantalla de El Marginal, Patricio, el personaje interpretado por Esteban Lamothe, es violado por un grupo de presos. Los internos consultados por Clarín dicen que eso es un tema del pasado en las prisiones. Que existían cuando no gozaban del beneficio de las visitas íntimas y hoy prácticamente no se cometen.
«Lo más parecido a lo que es el ambiente lo recreó ‘Un gallo para Esculapio'», dice Martín, el preso de Olmos, por la serie dirigida por Bruno Stagnaro, ganadora del último Martín Fierro de Oro.
«A El Marginal le cuestionamos la forma de narrar el mundo de la cárcel. Muestran nuestro día a día a modo de chiste, de una manera muy deteriorada. Entre otras cosas acá existe la solidaridad y el trabajo en colectivo por salir adelante», analiza.
Por último, un detenido-estudiante que cursa en el Centro Universitario de la cárcel de Devoto, dependiente de la UBA, reflexiona: «La serie muestra una realidad que el televidente fomenta sin darse cuenta que es lo que después repudia. Y eso se retroalimenta y estimula a una subcultura que se siente identificada con los personajes. La gente de los barrios humildes se cría con eso, y antes de pronunciar papá, ya dicen la palabra ‘gato’. No todos los presos hablamos así, ni todos vivimos peleando. Nos gustaría que también se nos muestre estudiando,y los impedimentos del Servicio Penitenciario para que lo hagamos».
FUENTE: Nahuel Gallotta, Diario Clarín.