Un gesto melancólico le marcaba la cara. No podía entender lo que veía. En la esquina de Cafferata y Urquiza, alguien había cambiado el paisaje.
«¿Que pasó?» decía insistentemente…»¿que pasó?»
El bar estaba cerrado con candado y rejas y lo peor, habían arrancado las placas.
Recordó la emoción que sintió cuando participó del acto que hicieron para bautizar el sitio, los discursos, los aplausos y el sonido de La Yumba, como una caricia.
El propio Maestro lo había contado. Desde allí salían los colectivos con las hinchadas de la orquesta, cuando tocaba en Rosario.
Por eso el Concejo, por unanimidad, decidió bautizar el lugar como Esquina Osvaldo Pugliese.
El hombre miraba desolado el nuevo paisaje que, de repente, se pintó de gris.
Alguien sacó las placas. La del nombre del lugar, la de las autoridades y la que explicaba el motivo del bautismo. Quedó, como un símbolo irrespetuoso, el vacío en la pared y el revoque caído.
Encendió un cigarrillo, se acomodó la gorra y se fue rumbo al oeste, desorientado. Se preguntaba de donde había salido la decisión, pero no tenía a nadie para preguntarle.
Caminó mirando el piso mientras silbaba Recuerdo, la obra maestra que don Osvaldo compuso cuando tenía 17 años.