Gregorio Zeballos recuerda con nostalgia el inmenso atelier que solía tener hace unos años. Por momentos, no es capaz de ver con claridad la belleza de los lienzos que reposan sobre múltiples bastidores que decoran su -ahora- pequeño living. “Ese de ahí es un ángel caído”, señala con el dedo. El arte se huele desde el hall del pasillo. Será que los pinceles se bañan – día y noche – dentro de botellas plásticas llenas de aguarrás. “Pónganse cómodos”, invita con una voz espiritualizada, de alma serena. Se lo ve tranquilo, con ganas de compartir historias que ha sabido recolectar por décadas de los distintos rincones de Rosario y plasmar extraordinariamente en pinturas, murales y dibujos.
“Nunca fui un buscador de perlas. Siempre estuve en la medianidad. Nunca viví el arte como algo lucrativo”, cuenta ante la pregunta de cómo y cuándo se despertó su atracción por el arte. “Goyo”, como lo conocen en la jerga, se define -entre risas- como “un artista croto que, a diferencia de un mendigo, no le gusta dormir en la calle”. Reniega de Fisherton, el barrio bacán que lo vio crecer y que abandonó de adolescente en busca de realidades distintas que provocaran y movilizaran su instinto. Así fue como se mudó junto a su familia al centro de la ciudad, para años más tarde aventurarse en España, principalmente en Sevilla y Barcelona, donde realizó varias muestras y exposiciones.
Zeballos insiste en que el arte es algo que llegó a su vida inesperadamente de la mano de Mario Troiano, su maestro de dibujo del primer club de niños pintores de Rosario. “Era escultor y tenía una gran capacidad de manejo artístico”, describe mientras recuerda sus primeros pasos en las artes plásticas.
“El dibujo es la base fundamental de todo. La creatividad parte de la observación”, aclara al mismo tiempo que detalla que eso es lo que intenta transmitirles a sus alumnos y lo que reflejan la mayoría de sus obras. “Nunca viví el arte como algo lucrativo o en busca de reconocimiento. Me he ocupado de personas que en la sociedad, muchas veces, resultan objetos no vistos”, explica.
Y cita una frase de Joaquín Sabina que refleja su modo sencillo de hacer arte: «Trabajé con carricoches de miga de pan», historias pequeñas de gente común que bien supo convertir en grandes obras. Las figuras humanas, los desnudos, los rostros, los gestos, las manos, las posturas son los principales protagonistas de sus obras, mayoritariamente hechas con carbonilla, lápiz, acuarela, pastel, óleo, tinta y acrílicos.
Este hombre es un profundo observador de los gestos y expresiones interiores de la figura humana. Un poeta sensible que son sus trazos ha sabido capturar los rasgos característicos de los personajes y su entorno. “En mi vida queda un gran anecdotario de cosas pasadas que me han servido como elementos recurrentes en lo que yo hago. La creatividad parte de la observación. A mis alumnos les he puesto como misión ser observadores de vida, como Leonordo Da Vinci, un genio del arte mundial que no sólo miraba lo cotidiano del entorno cercano sino que además aprendió mucho del vuelo de los pájaros, el movimiento de las aguas”, asegura.
-¿Por qué no ha vivido del arte?
– Porque nunca lo pensé con fines lucrativos, pero sí con una visión creativa de la vida cotidiana, la relación con las personas, el acercamiento al otro.
– En general se habla del artista como una persona más vulnerable que el resto…
– Sin dudas. Soy vulnerable no sólo por ser artista. También soy emocionalmente activo.
– ¿Cree que el consumo del arte se está devaluando en Rosario?
– Rosario ha perdido bastante espacio con respecto a la posibilidad de que las obras que uno realiza se vean y esto es porque ya no hay galerías y tenemos museos que se quedaron un poco en el tiempo, que dejaron de ser un polo atractivo para las nuevas generaciones. Ya no quedan museos donde el espectador puede disfrutar lindos jardines, restaurantes, música, más allá de las obras.
– ¿Hay algo que le haya quedado pendiente como artista?
– No. Nunca tuve grandes apetencias con nada. Y no por la intención del ocultamiento sino que no me interesa demasiado lo otro (la exposición). En mi vida he sido muchas cosas pequeñas y ninguna concluida. Pero sí fui un gran relacionista. Me encargué de forjar amistades y de acercarme a la gente, a la cotidianidad de sus vidas, con los logros y preocupaciones. Me ocupé mucho de aquellas personas que quizá en Rosario fueron y son objetos no vistos.
– ¿Conoció a Fontanarrosa?
– Claro, fuimos compañeros de laburo. Incluso le ilustré algunas tapas de sus libros de las Ediciones de la Flor. Con Roberto y otros artistas fuimos un grupo bastante armónico y equilibrado dentro del desequilibrio (bromea). Con `El negro´ vivimos momentos gratos, de charlas y debates. Solíamos hacer reuniones multitudinarias en su casa familiar cuando todavía él era soltero.
– ¿Un maestro del arte?
– En el comienzo, el mendocino Carlos Alonso. Pero fue el viejo Picasso quien me hizo llorar una vez frente a una de sus obras en el Museo Picasso. Cuando la vi, tuve como un temblor.
-¿Cuál es el material que mejor le siente a sus manos?
– La pluma, más para lo que es dibujo. También todo lo que allí existe, como las barras de carbón, por ejemplo. Las acuarelas me gustan, pero prefiero las plumas.
-¿Hábitos?
-Ninguno. Los he dejado a todos. Ya no tomo, ni como carne. Me he espiritualizado. Hoy respeto a mi cuerpo y a los demás.
-¿El amor?
Y fui bastante pata de perro. En eso sí he sido un hombre fallido. Es lo que hice y no hice tan bien.
Biografía
Nació en Rosario. Se graduó como escultor aunque se volcó más por el dibujo. Su primera muestra individual fue en la Galería Krass en 1972. Obtuvo numerosos premios en salones artísticos. Vivió en España, donde trabajó varios años como ilustrador.
Participó en el XV Festival Internacional del Títere de Sevilla, ilustrando además las imágenes del mismo. Realizó muestras individuales de sus obras en Barcelona, Sevilla. Trabajó en las disciplinas de la gráfica periodística como caricaturista y humorista.
Próxima muestra
Del 10 de agosto al 12 de septiembre estará exhibiendo sus obras en el hall de rectorado de la Facultad de Humanidades y Artes, en Córdoba 1814. Días y horario: de lunes a viernes, de 9 a 19 hs.