Aparentemente la expresión “hasta que la muerte nos separe” va perdiendo fuerza en función de las estadísticas que dan cuenta de que nuevamente la tendencia a la separación está en alza. En una nota del diario Página12 titulada “Inflación de divorcios”[i]se describe un aumento de los divorcios de un 41% en el último año, al mismo tiempo que se incrementaron los divorcios de parejas de edades avanzadas, en consonancia con una prevalencia de divorcios en parejas de 20 años o más de relación.
La Magister en Demografía Social María Eugenia Lago, citada en la nota de referencia, atribuye esta nueva eclosión de divorcios, después de treinta años de la sanción de la ley de divorcio vincular, a las últimas modificaciones legislativasque acortan los tiempos procesales.
En su nota Sonia Santoro analiza muy bien todo tipo de variables sociológicas además de brindar los datos duros publicados por el reporte estadístico, por lo cual no redundaré en esos detalles a los que pueden acceder leyéndola, sino que agregaré algunos datos que a mí misma me llamaron la atención en la percepción de consultorio de los últimos dos años.
En coincidencia con los datos relevados en cuanto al incremento significativo de divorcios de parejas de mayor edad y de matrimonios más largos, aparece en la clínica un motivo de consulta nuevo y recurrente por parte de adultos mayores (en mi casuística de 60 años en adelante) que ponen en cuestión e incluso se plantean la disolución de sus vínculos matrimoniales de larga data.
Considero que confluyen múltiples factores para la incidencia de este tipo de cuestiones. Por un lado el progresivo incremento de las expectativas de vida, da lugar a la aparición de nuevas problemáticas asociadas de todo orden. No sólo vivimos más tiempo, sino que también tiende a optimizarse la calidad de vida (contemplando las heterogeneidades por supuesto), al tiempo que socialmente se formula una nueva cultura de la vejez.
Las políticas de edadesque subyacen a las expectativas de rol que tenemos para cada grupo etáreo van cambiando, y entonces nos encontramos con que no sólo cae en desuso el “batón” frente al jean u otro tipo de vestimentas “adolescenizadas” para la adultez mayor en general, sino que las personas mayores que tienen hijos y nietos, ya no se sienten conminadas al abuelazgo, sino que pueden configurar sus vidas en función de nuevos proyectos, en una suerte de reorientación vocacional que se desencadena a partir de la jubilación, sin contar con que muchos adultos con actividades independientes (profesionales, académicas o comerciales) optan también por extender su participación en la vida laboral.
Una vez que las obligaciones impuestas por los mandatos sociales responsables de los “tengo que” comienzan a ceder (cuando cesa el apremio de trabajar para cubrir la subsistencia, vivienda, crianza de los hijos, conformación de un patrimonio mental y material, etc.), surgen las preguntas por lo que se desea, lo que se tiene ganas, lo que se hubiese querido hacer y no se pudo, no hubo tiempo o recursos, o simplemente aquello que nunca llegó a ocupar el podio de las prioridades y que ahora, con más tiempo libre, puede cobrar protagonismo.
La pregunta por el propio deseo, suele venir de la mano de la conciencia del crédito vital, esto es, el insight (darse cuenta) que se hace en un determinado momento, como toma de conciencia de que el tiempo que resta por vivir, es probablemente menor del tiempo vivido.
Esa conciencia del crédito vital no sólo pone en cuestión la distribución del uso del tiempo y direcciona o re-direcciona proyectos, sino que muchas veces también aplica a la revisión de los vínculos de pareja, especialmente, cuando la relación no resulta gratificante.
En los ciclos de vida de una pareja, como en los de una persona, existen diferentes tipos de crisis marcados por los cambios más o menos significativos que afectan al sistema de la pareja. Así como en un momento por ejemplo el nacimiento de los hijos (cuando la pareja decide ese proyecto) constituye una crisis que exige la transformación del sistema familiar a su nueva estructura con cada incorporación, en otros momentos el crecimiento y la partida de los hijos del hogar de la familia de origen, o la jubilación llegado el caso, marcan otras crisis vitales que los afectan.
Las nuevas etapas vitales con más tiempo libre y liberado, implica necesariamente un reencuentro a solas con la pareja. Sin urgencias, sin hijos, sin apuros y en el mejor de los casos sin apremios…pero ese reencuentro no siempre tiene como desenlace el volver a elegirse.
Somos testigos de una sociedad que viene atravesando profundas modificaciones. Desde la perspectiva de género se ponen en cuestión las relaciones de poder entre los géneros, así como también se ponen en tensión de los modelos de vinculación sexo afectiva tradicionales, incluidala institución matrimonial, al poner en la mira el principio rector otrora imperante de soportarlo todo en pos de la permanencia.
Como dice EladiaBlazquez“…permanecer y transcurrir, no siempre quiere sugerir, honrar la vida…”[ii] y a medida que somos capaces de deconstruir el criterio de “aguantar” a toda costa para seguir “hasta que la muerte nos separe”, puede comenzar a vislumbrarse la pregunta por el bien estar, por el propio deseo, y por lo tanto queda habilitada en muchos casos la separación como una alternativa posible.
El divorcio, en esa como en cualquier otra etapa de la vida, no necesariamente se asocia al deseo de formar otra pareja, sino todo lo contrario, muchas veces aparece ligado a la inquietud por experimentar el disfrute de la soledad en una auténtica búsqueda de libertad.
[i]https://www.pagina12.com.ar/166784-inflacion-de-divorcios Por Sonia Santoro
[ii] Canción “Honrar la vida” de EladiaBlazquez