Las familias ahora rezan y lloran frente a las cruces blancas en el cementerio de Darwin tras conocer la identidad de muchos soldados caídos en batalla. «Hijo te encontré, hijo te encontré», dice conmovida Laura Fedele mientras acaricia la placa con el nombre de su hijo, Miguel Ángel Arrascaeta. Hasta hace solo unas semanas, Miguel Ángel era un soldado Argentino Solo conocido por Dios. Fedele es una de los 214 familiares que viajaron hoy a las islas para homenajear a los 90 soldados identificados.
El viaje fue organizado por la Secretaria de Derechos Humanos, a cargo de Claudio Avruj, y contó con el apoyo del empresario Eduardo Eurnekian, presidente de Corporación América, que rentó los dos aviones de Andes para que la delegación volará directamente desde Ezeiza a Mount Pleasant en la madrugada del lunes 26.
«Ahora se donde está, pude hablar con él. Lo sentí cerca. Se me sale el corazón del cuerpo de la emoción, pero me da paz saber donde está Daniel», dijo conmovida Dalal Massad, madre de Daniel Massad, mientras su esposo, Said, se arrodilla y reza ante la tumba de su hijo, caído el 11 de junio en la cruenta batalla de Monte Longdon.
Geoffrey Cardozo, el coronel británico que tuvo la difícil tarea de recoger los cuerpos de los campos de batalla y darles digna sepultura en 1983, afirmó: «Estas familias esperaron 36 años para encontrar a sus hijos. Hay mucho angustia contenida pero también mucha emoción. Yo siento que estamos viviendo un milagro».
El trabajo de Cardozo fue clave en la identificación de los cuerpos. Cardozo cuidó a cada soldado «como si fuera mi propio hijo». Los envolvió con una sabana y les puso dos bolsas mortuorias de plástico, en la que anotó cada dato del combatiente que no habla podido identificar. Por último, los colocó en un ataúd, y sobre la tapa volvió a escribir las precisiones: dónde había sido encontrado, que pertenencias tenía, que datos físicos podía rescatar. «Lo hice con honor y respeto por si algún día quería identificarlos».
«Yo creía que a mi hijo lo había pulverizado una bomba en Monte Longdon, que su sangre derramada estaba allí. Cuando iba a Darwin elegía una cruz y rezaba en ella, pero pensando que él no estaba ahí. Después supe que su cuerpo estaba. Y que cuando lo encontraron en monte Longdon, ahí tirado, alguien lo tapó con una campera. Y sentí alivio, ¿sabés? Porque yo siempre lo tapaba cuando se iba a acostar, le cubría los pies para que no tuviera frío. Y después me dijeron que Eduardo estaba entero, y hasta le encontraron el registro de conducir en el bolsillo de su uniforme. Sentí paz. Y ahora se donde esta mi hijo», se emociona María del Carmen Penon de Araujo.
Nélida Echave, madre de Horacio, muerto en la batalla final, deja su bastón para caminar hasta la tumba de si hijo. Llora sin consuelo: «Yo lo seguía esperando porque nadie me había dicho donde estaba. Pero ahora ya se. Esta acá y siento una mezcla de angustia y tranquilidad. Ya no tengo que buscarlo».
De pronto la gaita de la Guardia Escocesa hace sonar sus largas y tristes notas en la soledad de Darwin. Las familias se acercan al gran muro donde están los 649 muertos. Es la primera vez que dejan por un instante las cruces que abrazaban desde hacia mas de una hora.
Los soldados de la BFSAI mantuvieron sus armas en posición de honor y respeto. Antes de abandonar el cementerio, Geoffrey Cardozo depositó debajo de la gran cruz una rosa por la paz, confeccionada por el orfebre Juan Carlos Pallarols. María Fernanda Araujo, presidenta de la Comisión, ofrendó una corona de rosas blancas de tela, ya que no pueden cultivarse en la isla ni ingresar material orgánico.
También se le entregó al comandante de las fuerzas británicas una rosa para que sea llevada al cementerio de San Carlos donde descansan 14 de los 255 soldados británicos caídos en el conflicto.
«Creí que iba a venir al entierro de mi hijo y fue como un renacer. El volvió a estar presente como la ultima vez que le di un beso cuando se fue a Malvinas», abraza la cruz Amanda Balvidares.
En el cierre se hace una foto final con todas las familias: «¡Por los chicos!», gritan. «Viva la patria», agregan. Y hay aplausos para el coronel inglés que hizo el cementerio. «Queremos besarle las manos porque el fue el último que tocó a nuestros hijos», confiesan las mamás. «Y nos trajo paz porque ahora sabemos que los cuido y los trato con amor».
Fuente: INFOBAE
Al fin: familiares podrán homenajear a soldados identificados en Malvinas