El Batman graduado en Ciencias de la comunicación en la Universidad de Buenos Aires, de profesión periodista, viejo corresponsal para medios internacionales de coberturas deportivas. En su vida «anterior», entrevistó para canales de Colombia, Perú, Ecuador, Chile y Uruguay. A figuras importantes como Riquelme, Palermo o Pasarella. Su actividad en el medio era inestable. Los grandes medios lo habían descartado. En paralelo, administraba su comercio en la esquina populosa de Cabildo y Juramento. Vendía productos de electrónica: tenía su propia cámara, micrófono y corbatero, instrumentos que solventaban sus tareas periodísticas. En diciembre de 2015, entró en bancarrota.
“Me fundí -reveló-: trabajaba doce horas, no vendía nada, no salía del local, no veía la luz del día. En Buenos Aires estaba en mi propia Baticueva”.
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Tenía una pareja, una hija de nueve años y unos amigos viviendo en Nueva York dispuestos a recibirlos. Había permanecido 36 años en el encierro de una misma doctrina, una misma ciudad, una misma dinámica. Cansado de la burocracia, los vicios y las políticas de un país que le parecía inviable, se arrojó al vacío en compañía de su familia. Buscó su norte en la Gran Manzana. Una valija, un par de puertas para golpear y la convicción de que no había retorno. Capítulo mil del sueño americano.
Batman, antes de ser Batman, quiso trabajar de periodista. “La primera barrera que encontré fue el idioma. Empecé a tirar currículums por canales de televisión y empresas de comunicación latinas, principalmente las cadenas mexicanas. No me podían aceptar. Me decían ‘aprendé inglés y volvé’. Tenían razón. Podía ser el mejor reportero, pero si no conocía el idioma. Eso me partió el alma. Ahora todo es anecdótico pero empezar de cero me costó mucho”.
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Un paseo turístico le inspiró una idea, al principio vaga y tímida. Caminando por Times Square, centro neurálgico y paisaje más fotografiado del barrio de Manhattan, escuchó la voz de un Spiderman latino. “¿Qué onda este trabajo?, pensé. Me empezó a rebotar esa idea en la cabeza. Ese día no le pregunté, pero volví a la semana siguiente”, relató en diálogo con Infobae.
Un Spiderman latino le contó que era un trabajo reglamentado por el gobierno estatal, con normas plausibles de sanción y registros de los trabajadores. Se inscribió y se compró de inmediato un traje de Batman: lo consideraba un superhéroe amable para niños y adultos. El vestuario era precario, de tela. Ahí encontró, finalmente, un perfil. “Me di cuenta que los turistas me dejaban una buena propina por sacarse una foto con Batman. Desde un dólar hasta cien dólares. Ahora, después de que mis videos se hicieron virales, los argentinos ya vienen con sus diez dólares en la mano, que allá son más de 600 pesos. Seguro que en Argentina no me dejarían ni loco esa plata por sacarse una foto”.
Lleva tres años vistiéndose de Batman de martes a sábados en jornadas de siete horas. Recién cuando pudo guardar un porcentaje de sus ingresos, se compró un traje a medida. Ya tiene tres: uno más abrigado para soportar el invierno neoyorquino y dos más ligeros para el verano.
Fuente: Infobae.