Llegamos al cuello de la botella. Si no arranca el proceso de reforma de la Constitución provincial en marzo se le pasa el cuarto de hora a Lifschitz. Es por eso que el gobernador ajusta la rosca en la Legislatura para ver si con una última avanzada logra los consensos necesarios para no ser un gobernador más con la frustración de no poder modificar la ley madre de Santa Fe.
Todos lo quisieron. Desde Reutemann, pasando por Obeid, Binner y Bonfatti, pensaron en la reforma para poder actualizar un texto vetusto, y a su vez, ya que está, meter la reelección del gobernador entre bambalinas. Lo cierto es que fracasaron por miserias propias, egoísmos ajenos y porque no sé hasta dónde le conviene a la política provincial que exista la posibilidad de repetir mandato del jefe de Estado.
La mezquindad ha reinado. Eso ya lo sabemos. Pero también es acertado pensar que otra de las trabas tiene que ver con que se quiere imponer una única reelección para todos los cargos electivos provinciales. Así se terminarían los puestos eternos en concejos, comunas, municipios y cámaras de diputados y senadores.
Otro análisis que no se debe soslayar es el de pensar desde dónde vienen las fuerzas de la resistencia a esta reforma en materia política. Roberto Mirabella fue contundente en su oposición desde el peronismo local y desde su cercanía con el líder del espacio Omar Perotti. Sin embargo, no sería un escollo difícil de roer para el lifschitzmo. Antonio Bonfatti es, sin dudas, una figura política de peso dentro del socialismo y sería infantil pensar que no quiere repetir al frente de la Casa Gris.
Entonces, con Cambiemos de acuerdo, aunque con matices, el freno lo encuentra en el frente interno de batalla dialéctica. Si sale la reforma con la reelección, le abren la puerta a Lifschitz para repetir y Bonfatti estaría obligado a ir a una interna con todo el desgaste que eso provoca en un socialismo debilitado. No sería un escenario lógico para poder retener Rosario y Santa Fe.
Inclusive se propuso la reelección pero con el veto al actúa y al siguiente gobernador para evitar especulaciones. Lifschitz quiere la reelección ahora, Bonfatti para el siguiente mandato. Los salomónicos propusieron este esquema, que no le cierra a ninguno de los dos popes del Frente Progresita, aunque el ganador ahí sería el ex mandatario provincial.
Según los constitucionalistas, entonces, si en marzo no comienza el proceso del llamado a la reforma no se llega para que el nuevo texto constitucional se aplique para las elecciones del 2019. Hoy el cuello de botella se hace cada vez más finito y el tiempo juega a favor de los que quieren que todo siga como está. Final abierto.