“La mitad de los argentinos son unos hijos de p*”: cuando la oposición confunde el humor con el odio
Opinión. Por Mauro Yasprizza.
Por Mauro Yasprizza.
La tapa de Barcelona volvió a encender el debate político. Con su habitual estilo provocador, la revista ironizó sobre la fractura social tras las elecciones legislativas, pero terminó exponiendo algo más profundo: el resentimiento de una oposición que no logra asumir su desconexión con la realidad.
La edición de noviembre 2025 de Barcelona no pasó inadvertida. Bajo el título “Confirman que la mitad de los argentinos son unos hijos de p***”, la revista satírica volvió a desplegar su estilo corrosivo. Pero esta vez, su mensaje fue leído —y celebrado— por los mismos sectores que durante años se burlaron del país, lo endeudaron y ahora acusan al Gobierno de lo que ellos mismos provocaron.
El titular “Escrutinio definitivo” funciona como ironía, pero también como espejo. Refleja la incomodidad de una oposición sin rumbo, que busca en la burla lo que no puede encontrar en el voto. Las urnas fueron claras: la mayoría respaldó el rumbo de un Gobierno que, con aciertos y errores, intenta ordenar una Argentina devastada por décadas de populismo, improvisación y privilegios.
En ese contexto, la sátira de Barcelona termina describiendo sin querer la frustración de quienes perdieron poder y relato. Los que durante años construyeron una épica del “pueblo” y hoy no pueden explicar por qué el pueblo ya no los sigue. La revista, fiel a su estilo, pone en escena esa impotencia colectiva: el enojo transformado en insulto, la crítica degradada en catarsis.
El humor siempre fue una forma de resistencia, pero también puede ser un síntoma. En este caso, el síntoma de una oposición que prefiere reírse del país antes que entenderlo. Mientras el Gobierno avanza con reformas difíciles, intenta recomponer la economía y devolverle previsibilidad a las instituciones, el discurso opositor se refugia en la burla, en el eslogan vacío y en una nostalgia que ya no conmueve a nadie.
Barcelona lo sintetiza a su manera: la mitad del país odia a la otra mitad. Pero la diferencia está en quién sigue apostando al futuro y quién vive anclado en el pasado. La tapa no ofende; desnuda. Y quizás sin proponérselo, termina mostrando algo que la política formal no se anima a decir: que el verdadero problema argentino no es el Gobierno, sino una oposición que no soporta haber dejado de ser el centro del país.

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