Las “buenas intenciones” del kirchnerismo y el espejo que Caren evita mirar
Por Mauro Yaspizza.
Por Mauro Yaspizza.
La candidata de Ciudad Futura, Caren Tepp, defendió al kirchnerismo al asegurar que “no hubo malas intenciones” en sus gobiernos. Pero el discurso choca con una realidad política marcada por la corrupción, la falta de autocrítica y las contradicciones internas de su propio espacio.
Hay frases que no resisten la memoria. Caren Tepp dijo que en el kirchnerismo “no hubo malas intenciones”. La frase puede sonar bien en el plano de lo humano, pero tropieza con la historia reciente del país.
Porque si no hubo malas intenciones, ¿cómo se explica el festival de corrupción que acompañó más de una década de poder? Lázaro Báez, Amado Boudou, Julio De Vido, Ricardo Jaime, los bolsos de José López. Nombres que quedaron tatuados en la conciencia pública y que ningún relato de buenas intenciones puede borrar.
Tepp intenta presentarse como la expresión joven y moderna de un progresismo con memoria selectiva. Habla de diálogo con el campo, pero su compañero de lista es Agustín Rossi, uno de los impulsores de la Resolución 125, ministro de Cristina y jefe de Gabinete de Alberto. Habla de futuro, pero se rodea del pasado.
No hay en su discurso una pizca de autocrítica. Ningún reconocimiento del daño que provocaron los errores —y los delitos— de un modelo que se creyó invencible y terminó devorándose a sí mismo.
El kirchnerismo se encerró tanto en su relato que terminó regalándole la bronca popular a los extremos. A fuerza de soberbia, abrió el camino para que un outsider como Javier Milei capitalizara el hartazgo social.
Cuando Tepp pide “no juzgar las intenciones”, parece ignorar que la historia no se mide por lo que se quiso hacer, sino por lo que efectivamente se hizo. Y lo que se hizo fue romper la confianza, degradar las instituciones y sembrar una división que aún hoy condiciona al país.
La política argentina vive repitiendo el ciclo del espejo: quienes dicen representar el futuro suelen reflejar el pasado. Cambian los nombres, cambian las formas, pero la esencia se mantiene.
Y es ahí donde Caren, con su discurso amable, comete el mismo error que tantos antes: confundir la defensa de la historia con la negación de los hechos.
Porque, aunque el pasado se disfrace de futuro, seguirá siendo el pasado.
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