Pavada de desafío tenía por delante Leo Fernández cuando asumió de forma interina luego de la eliminación de la Copa Argentina ante Atlético Tucumán y la partida de Paolo Montero. El encumbrado Talleres en Córdoba, el líder Boca en Arroyito, Independiente en Avellaneda (luego postergado para 2018) y un cierre explosivo con el clásico en el Gigante, fueron los partidos que la dirigencia le dio.
El DT campeón de la Copa Santa Fe con la Reserva, comenzó por lo que en la jerga futbolera se suele graficar como si se tratase de poner la heladera en la cocina, el inodoro en el baño y el sofá en el living. Un claro ejemplo: Leonardo Gil, que en el ciclo anterior jugó de volante por derecha y por izquierda y hasta hizo las veces de mediocampista ofensivo por el centro, fue ubicado donde mejor puede rendir, como doble cinco para ser una rueda de auxilio en la contención y para su aporte de siempre en la pelota parada.
Un retoque más con el sello de Fernández fue la inclusión de Maxi González como titular y el jugador de la cantera canalla que jugó un año a préstamo en Quilmes fue clave en los calientes duelos ante Boca y Newell’s. Sumado a ello, al técnico auriazul le cayó como anillo al dedo la recuperación de José Luis Fernández, quien le tapó el hueco que no supieron llenar Alfonso Parot y Elías Gómez en el lateral izquierdo. Como otro cambio claro entre lo que había sido la estadía de Montero, la apuesta para el arco fue por Jeremías Ledesma en lugar del Ruso Rodríguez, que parecía inamovible.
De esta manera, tal y como fuese un ajedrecista, Leo tuvo de frente su tablero y colocó las piezas pensando muy bien cada jugada, sin dejar ningún movimiento librado al azar. Es que sabía que se jugaba ni más ni menos que la posibilidad de cumplir su sueño: calzarse el buzo que le gusta lucir, pero de forma permanente.
Orden táctico, disciplina táctica y mucha actitud le sobraron al Central de fin de año para superar los duros exámenes que se avecinaban. En el debe, el volumen de juego que escaseó pero que tiene que ver, sin dudas, con que el entrenador comprendió que no era momento para excederse en lujos, pases cortos y gambetas. Por el contrario, su equipo tenía que ser vertical, compacto y fundamentalmente efectivo.
Ama dirigir vestido con los colores de Central, su gorra azul con el escudo de frente no se mueve de su cabeza, mucho menos la chomba y el jogging que provee la marca de la pipa. Simple, práctico y con un mensaje claro. Ese es Leo Fernández, el técnico que subió de Reserva para quedarse, pero fundamentalmente, el que acomodó todo en su lugar.