Por Mauro Yasprizza.
El Sindicato Municipal de Rosario, históricamente presentado como una entidad “neutral”, terminó mostrando lo que muchos sospechaban: su sede es hoy también un local político. Con cartelería de campaña de Agustín Rossi y su pantalla “Tepp” compartiendo espacio con afiches gremiales, Antonio Ratner desdibujó la frontera entre la defensa de los trabajadores y la militancia partidaria.
El gesto no es inocente. Durante décadas, el gremio de los municipales rosarinos cultivó una neutralidad de utilería: ni con unos ni con otros, aunque siempre bien acomodado al poder de turno. Hoy la careta cayó, y el sindicato se transforma en lo que nunca debería haber sido: una sucursal política.
Un sindicato debería ser, en esencia, un instrumento de defensa de los laburantes. El lugar donde se pelea por salarios que alcancen, jubilaciones que no se pulvericen y condiciones laborales dignas. Pero lo que sucede en Rosario es otra cosa: el sindicato se acomoda como engranaje del pseudo peronismo, del kirchnerismo que todavía sobrevive en estructuras oxidadas, y hasta de la izquierda testimonial que encuentra en estas alianzas un salvavidas.
Ratner convirtió la institución en un híbrido: cartel gremial al lado del cartel electoral. Un “2x1” que explica por qué los municipales llevan años cobrando sueldos que no alcanzan, soportando precarización disfrazada y con una obra social que naufraga. El dirigente, en cambio, nunca pierde: gana visibilidad, gana poder, gana la foto.
El sindicalismo argentino carga con este vicio estructural: organizaciones que deberían ser autónomas, pero que terminan funcionales a los armados políticos. En vez de ser la voz incómoda que incomode a todos, se convierten en correa de transmisión del poder que los apaña. Y lo que debería ser trinchera, se convierte en comité.
El caso de Rosario es apenas un síntoma de algo más grande: cuando los sindicatos dejan de representar a los trabajadores y empiezan a representar intereses partidarios, el trabajador deja de ser protagonista y pasa a ser rehen. Ratner lo confirma con hechos: no conduce un gremio, administra una peña política disfrazada de sindicato.
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