Rosario entre el peronismo reciclado y el comunismo de afiche: ¿hacia dónde nos quieren llevar?
Por Mauro Yasprizza
Por Mauro Yasprizza
La alianza entre Ciudad Futura, el kirchnerismo y sectores del peronismo expone un proyecto político que promete cambio, pero arrastra contradicciones. Con Caren Tepp, Juan Monteverde, Juan Grabois y la estructura de Kolina en el centro del armado, Rosario se juega entre la gestión pragmática y el dogma ideológico.
Rosario está asistiendo a una mutación política que se vende como novedad, pero que en realidad huele a reciclaje. La foto es clara: Caren Tepp encabezando listas, Juan Monteverde consolidado como el “outsider” que ya no lo es, la sombra de Juan Grabois agitando banderas sociales y Kolina, la agrupación liderada por Alicia Kirchner, metiendo estructura y músculo militante.
Los mismos que en sus actos evocan al Che y no temen hablar de comunismo ahora se presentan como opción de gestión. El peronismo, que siempre tuvo habilidad para reinventarse, encontró en Ciudad Futura una herramienta fresca para volver a plantar bandera en Rosario. Lo llamarán unidad, frente amplio o construcción plural. Pero debajo de ese maquillaje late lo de siempre: oportunismo, rosca y promesas de justicia social que terminan en clientelismo.
Monteverde arrasó en las urnas con un 30% y se vendió como “el que viene a cambiar todo”. Sin embargo, cuando se mira detrás del telón, lo que aparece es un armado que no rompe, sino que acomoda: peronismo, kirchnerismo y una izquierda que juega a ser rebelde mientras negocia como cualquier aparato tradicional. Tepp lo sabe, Grabois lo disfruta y Kolina lo capitaliza.
El discurso es atractivo: igualdad, seguridad, barrios populares incluidos en el mapa. Pero la pregunta incómoda es otra: ¿a qué precio? Porque cada vez que se instala la idea de que la propiedad privada es relativa, que las ocupaciones pueden justificarse, que el Estado debe regular hasta el último metro de tierra, se erosiona algo más profundo: la confianza en las reglas básicas de convivencia. Y cuando esa confianza se rompe, lo que queda es incertidumbre, miedo y parálisis económica.
La militancia que se abraza al Che y se emociona con consignas comunistas no es el problema en sí; el verdadero problema es cuando esa retórica se transforma en política pública. Rosario ya tiene heridas abiertas con la inseguridad, la droga y la falta de servicios básicos. Si encima se le agrega un modelo que mira más a la épica revolucionaria que a la eficiencia de gestión, el resultado puede ser devastador.
Lo que hoy se muestra como “renovación” puede terminar siendo la versión más costosa del pasado: más gasto, más militancia incrustada en el Estado, menos incentivos para quienes producen y trabajan, y un horizonte marcado por la ideología antes que por la resolución de problemas concretos.
Rosario no puede darse ese lujo. La ciudad necesita pragmatismo, gestión, seguridad y desarrollo, no dogmas ni romanticismos de barricada. Virar demasiado a la izquierda bajo esta lógica no es un salto al futuro, es un salto al vacío.
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