Por Jorge Cánepa
Nunca vi a un guapo como Yogascán.
Lo que este hombre aguantó fue la expresión máxima del valor de un individuo, convencido de su misión en la vida. Ser artista a cualquier costo.
Y lo vi de cerca.
Compartimos el escenario de los corsos del Parque Alem en la década del 80. Eran carnavales con una gran concurrencia. Ninguna noche hubo menos de 30.000 personas.
Actuaron, entre otros, Raphael, Franco Simone, Rafaela Carrá, el grupo norteamericano The Foundations, Arturo Puig, en esos años dedicado al canto melódico, la orquesta de Héctor Varela, comparsas, murgas… y…. Yogascán..!
El productor y animador fue Ercilio Pedro Gianserra. Él me había contratado para tocar mientras se producían los intervalos entre las actuaciones de los diferentes artistas.
Y lo vi de cerca.
-Yo no se como no ocurrió una desgracia, me dijo muchos años después uno de los custodios de los artistas, ya jubilado.
-Eran cosas peligrosas. Se pinchaba la cara con alfileres de gancho, masticaba vidrio y la verdad, para mí todo le causaba dolor.
El escenario, tal vez el más grande que se haya armado para este tipo de espectáculos, estaba sobre lo que en ese entonces era la casa de la familia que cuidaba y mantenía las piletas de natación. Las famosas Piletas Alem.
La casa se convirtió en camarines y desde allí salían a actuar.
La primera noche, cuando llegó el turno, Gianserra me dijo: Quédate y hacele música de misterio al número que viene. Lo miré subir. Pantalón y camisa negra, zapatos de charol y una capa, negra, casi hasta el piso.
Era… Yogascán..!
Gianserra lo presentó con entusiasmo contagioso, mientras el hombre me dejaba un tarrito en el piso, debajo del instrumento. Se mandó para adelante con una antorcha flaca, la puso adelante y escupió fuego. Recibió un aplauso tibio y expectante. Desde el escenario veíamos venir a una de las comparsas que circulaban por las calles y, a su frente, un muchacho tiraba más fuego que nuestro héroe. Él lo vió. Busco el tarrito, que tenía kerosene, se puso una buena cantidad en la boca y encaró otra vez. Ahora sí,una larga llamarada produjo el ansiado reconocimiento. Fue en ese momento que, con una mano en los labios gritó:
-Ercilio, seguí vos..! –Cómo..? vociferó el animador, dale que van 2 minutos.
-Seguí vos que me quemé..!
La segunda noche no fue mejor. Mientras Gianserra sorteaba camisas, se puso a mi lado el casero con cara de enojado. Protestaba por la invasión que tenía en su casa. Tenía en la mano derecha una maza de dimensiones considerables y me dijo:
– Para colmo le tengo que romper la piedra a este, que no se sí no es el que peor se porta !.
Nunca sabremos si fue falta de coordinación o lo hizo adrede. El caso es que a Yogascán, acostado, le apoyaron una pequeña roca de granito en la panza y la prueba consistía en que de un mazazo la piedra se rompiera. Para eso hay un truco. Se apoya el granito en la pelvis y el esternón, se respira hondo y, cuando se produce el vacío, hay que golpear. El caso es que el hombre no golpeaba en ese momento. Cuando Yogascán soltaba el aire, procedía, por lo que el mazazo caía exactamente al revés.
Salió de escena con ayuda y esa noche no volvió.
Hubo una jornada gloriosa. Se anunció insistentemente una prueba de fuerza nunca vista en Rosario. Iba a mover un auto mordiendo una cuerda y sin ninguna otra ayuda, desplazaría al vehículo unos cuantos metros.
Llegó el momento y cuando trajeron el auto hubo una cierta desilusión. Era un Fiat 600. Pero el intento nació fallido. Yogascán tiró todo lo que pudo. Pidió que desinflaran las gomas, pero fue inútil. Como decía su ídolo Tu Sam, puede fallar.
Y falló. Sin embargo el exigente público rosarino, aplaudió el esfuerzo.
No merecía otra cosa un artista valeroso.
Y repito: nunca vi un guapo igual.
Cuando todos pensamos en una rendición, por otra parte aconsejable, el hombre redobló la apuesta. A la noche siguiente volvió a subir al escenario.
Esta vez escribiría el nombre de una dama en su pecho, con una hojita de afeitar y según aseguró, no sangraría.
Dominar el cuerpo con la mente fue una aspiración del hombre desde siempre pero para Yogascán era una obsesión.
Subió la chica convocada, dijo su nombre, Gladys, y empezó la prueba.
En el primer giro de la G ya el pecho de nuestro héroe comenzó a tomar el color púrpura que anunciaba un final precipitado.
Gianserra subió apurado, pidió el aplauso y cortó lo que sería, de continuar, un gran sacrificio. Porque el artista, no se detendría de otra manera.
El carnaval terminó. Quedan recuerdos lejanos de un tiempo que se fue, cuando la familia argentina se reunía en multitudes y todos reían. Tal vez alguien tenga en la memoria a ese hombre elegante, de capa negra, dispuesto a todo por un aplauso. Un héroe de barrio, con sonrisa de niño, al que no le salían las pruebas y lo volvía a intentar. Porque sentía que esa era su misión.
Al desarmarse el escenario gigante no advertimos que, tal vez, pasaría un largo tiempo hasta ver una fiesta igual.
Un par de años después, en un corso devaluado y nostálgico, armado en Provincias Unidas y Mendoza por algún organismo provincial, lo volví a ver a Yogascán. Estaba con uniforme blanco, gorrita y una bandeja colgando de su cuello. Vendía helados.
Ya les dije que era un guapo.
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