Argentina elige su propia decadencia: la provincia estallada que premia a sus verdugos
Por Mauro Yasprizza.
Por Mauro Yasprizza.
El resultado electoral en Buenos Aires deja un mensaje brutal: el kirchnerismo, tras décadas de fracaso, sigue siendo votado. Un país sin reacción, donde la inseguridad, la pobreza y la falta de gestión son premiadas con continuidad. El gobierno nacional, con sus errores, colaboró a este escenario.
La elección bonaerense fue mucho más que una jornada democrática: fue un espejo despiadado de un país que se empeña en tropezar siempre con la misma piedra. Mientras la inseguridad desangra las calles, las escuelas se caen a pedazos y la infraestructura colapsa, la mayoría volvió a elegir a quienes gobernaron en el derrumbe. Es la postal más clara de una Argentina que parece disfrutar del patetismo.
Era la oportunidad de enviar un mensaje contundente a un gobernador cuya gestión es, en los hechos, espantosa. Pero lo que recibió fue un espaldarazo que roza el delirio: “lo estás haciendo bárbaro”. Esa fue la traducción política del voto. Y lo más llamativo es que no hacía falta optar por Milei para castigar la desidia; había múltiples alternativas opositoras. Sin embargo, se eligió repetir la historia.
El gobierno nacional, con su impericia, fue socio indispensable de este resultado. La falta de rumbo económico, la incapacidad leer el pulso de la ciudadanía, y la soberbia política terminaron erosionando cualquier posibilidad de generar un voto castigo uniforme. No fue solo el kirchnerismo el que aprovechó la confusión: fue también un oficialismo que nunca supo qué hacer para retener a quienes reclamaban soluciones urgentes.
Hoy, la sorpresa no debería ser que ganaron los de siempre, sino que una sociedad entera eligió premiar a los mismos que la hundieron durante 40 años. Esa es la tragedia. Y lo que viene no es más que la consecuencia de esa decisión: ni una queja más por la inseguridad, ni un lamento más por los hospitales en ruinas o por los chicos sin clases. Porque cuando llega el momento de expresarse en las urnas, la mayoría elige a los verdugos que hacen de Buenos Aires una provincia invivible.
La enseñanza es tan simple como dolorosa: en Argentina no se vota para cambiar, se vota para justificar la decadencia. Y así, lo patético deja de ser un adjetivo para convertirse en una condena colectiva.
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