Cuando las aulas callan, los estudiantes gritan: en la Universidad Nacional de Rosario (UNR) un nuevo paro los deja invisibles
Opinión, por Mauro Yasprizza.
Por Mauro Yasprizza.
La UNR afronta un paro docente de 72 horas (12, 13 y 14 de noviembre) por reclamos salariales y presupuesto, mientras los alumnos —los grandes damnificados— siguen al margen de la discusión. ¿Quién defiende su derecho a estudiar?
Este miércoles comienzan tres días de paralización en la Universidad Nacional de Rosario (UNR), en el marco de un plan de lucha docente que reclama mejoras salariales y la aplicación plena de la Ley 27.795 de Financiamiento de la Educación Universitaria. 
La medida fue decidida tras una votación en la que participaron 2.160 docentes del gremio Asociación Gremial de Docentes e Investigadores de la UNR (COAD), donde el 82 % respaldó la moción de paro y el 68,5 % optó por una huelga de 72 horas. 
Del otro lado del aula están ellos: los estudiantes. Miles de jóvenes que confían en una universidad pública gratuita para construir su futuro, que invierten en matrícula, libros, horas de estudio, traslados; algunos vienen de otras ciudades, otros incluso del exterior. Pero este compromiso se topa con días sin clases, con incertidumbre en la organización del cuatrimestre, con la pregunta brutal de “¿y ahora qué?”.
Los reclamos docentes se apoyan en datos concretos: según COAD, “el poder adquisitivo del salario docente es el más bajo de los últimos 40 años” y la ley de financiamiento universitaria “fue aprobada, pero el Gobierno decidió no cumplirla y convertirla en letra muerta”. 
En paralelo, las autoridades universitarias —rectores, decanos— no han logrado ofrecer un cronograma claro de cómo se repondrán las clases o cómo se resarcirá a los estudiantes de esta interrupción estructural. En ese vacío institucional emerge un silencio incómodo: nadie en el foco parece defender a los alumnos como prioridad.
Para los estudiantes de la UNR, esto significa más que días sin ver un pizarrón. Significa acumulación de tareas postergadas, ansiedad por rendir exámenes, temor a perder ritmo, daño en la motivación, desaliento económico para algunas familias que planificaron el año, pagando alquileres, viajes o vida en otra ciudad.
La educación universitaria pública está concebida como motor social, como llave de movilidad, como espacio de crecimiento colectivo. Pero cuando se fractura el calendario, cuando el diálogo está entre gremios y Gobierno, y cuando los alumnos quedan en segundo plano, ese motor empieza a chirriar.
Moraleja:
La universidad pública no es solo un edificio ni un conjunto de asignaturas; es una promesa de futuro para generaciones que confían en ella. Cuando los paros se suceden sin solución, y los que padecen el conflicto son siempre los mismos —los estudiantes—, lo que se deteriora no solo es un ciclo lectivo, sino la fe en que estudiar es realmente un derecho garantizado. En ese abismo quedan los jóvenes que quisieron hacer carrera, y una sociedad que los observa esperando que recuperen lo que nunca debió perder.

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