El arte de manipular: peronismo y kirchnerismo bajo la lupa de Maquiavelo
Por Mauro Yasprizza.
Por Mauro Yasprizza.
La historia política argentina repite un libreto viejo: líderes que invocan a los pobres como escudo y como arma. Frases del pensador renacentista sirven para desnudar las estrategias del populismo criollo, siempre hábil en conservar poder a costa de quienes dice representar.
“El fin justifica los medios”. Con esa sentencia, Nicolás Maquiavelo trazó una brújula moral para la política. Y bien podría ser el epitafio que recorre la historia del peronismo y, más tarde, del kirchnerismo. Movimientos que, bajo la bandera de la justicia social, han utilizado a los humildes como vehículo de legitimidad y, al mismo tiempo, como rehenes de un sistema de favores.
El pensador florentino advertía que “los hombres juzgan más con los ojos que con las manos”. Nada más cercano a la lógica populista: la imagen de un líder carismático, la épica del relato, los discursos encendidos que prometen dignidad mientras consolidan la dependencia. Lo visible importa más que lo real.
“El que engaña siempre encontrará a quien se deje engañar”, escribió también Maquiavelo. En Argentina, la maquinaria del peronismo encontró ese terreno fértil: subsidios eternos, planes sociales convertidos en cadenas de lealtad y una narrativa que transforma la miseria en capital político. El kirchnerismo perfeccionó esa práctica, envolviendo la pobreza en épica, como si ser pobre fuera un mandato de nobleza antes que una injusticia estructural.
A lo largo de décadas, la astucia del “Príncipe” criollo no residió en resolver los problemas, sino en administrarlos. El poder, según Maquiavelo, se conserva más por el miedo que por el amor. El populismo argentino lo tradujo a su manera: miedo a perder el plan, miedo a quedar afuera de la rueda de asistencias, miedo a que sin el Estado paternalista no haya futuro posible.
Maquiavelo advertía que “el vulgo se deja seducir siempre por la apariencia y por el resultado inmediato”. El populismo argentino lo entendió a la perfección: convierte la pobreza en una puesta en escena, hace de los humildes un ejército cautivo y transforma la necesidad en obediencia. La verdadera tragedia no es que existan líderes que manipulen, sino que un pueblo entero haya sido entrenado para conformarse con migajas mientras aplaude a quien se las reparte.
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