Por Mauro Yasprizza.
Otra vez. Y van cinco. Rosario Central volvió a ganarle a Newell’s, ahora con un golazo de tiro libre de Ángel Di María que ya recorre el mundo, mientras la Lepra suma una nueva humillación en el clásico más pasional del país. Pero ojo: no fue solo derrota. Fue la confirmación de un presente decadente, en el que el equipo de Cristian “El Ogro” Fabbiani no dio ni una señal de vida.
Lo de Newell’s fue un partido pobre, desteñido, indigno de la camiseta. Aguantó hasta donde pudo, se defendió sin ideas y se entregó con una torpeza que duele. La única clara fue la de Cocoliso González, que tuvo la chance mano a mano y la mandó a las nubes, casi como un resumen del proyecto deportivo: improvisado, sin jerarquía, sin rebeldía.
Mientras tanto, Central esperó su momento y lo encontró en el pie zurdo de Di María, que con un golpe de genio resolvió lo que se venía oliendo: la Lepra jamás fue rival serio. Y eso que el equipo de Holan tampoco brilló, pero entendió que los clásicos se ganan con carácter, lo que en Newell’s brilla por su ausencia.
La responsabilidad, claro, no es solo de Fabbiani. Acá hay una comisión directiva que hace tiempo se acostumbró a disfrazar fracasos con discursos huecos. Los dirigentes que prometieron jerarquía armaron un plantel de rezagos, y los que se llenaron la boca hablando de proyectos le regalaron a la gente cinco clásicos perdidos de manera consecutiva, un récord que ya no es estadístico: es un bochorno institucional.
El contraste es brutal. Central festeja con su ídolo del barrio, con su gente delirando y con un récord histórico. Newell’s, en cambio, se va del Gigante arrastrando la camiseta, con la ilusión rota y una dirigencia que ya no tiene excusas.
El clásico fue la radiografía perfecta: un Central que sabe quién es y a qué juega, y un Newell’s confundido, timorato, desarmado desde el banco hasta la oficina de presidencia.
La pregunta que queda flotando es la misma que se repite en cada bar de la ciudad: ¿cuánto más está dispuesta a soportar la gente rojinegra? Porque los hinchas sienten vergüenza, pero los dirigentes parecen no sentir nada.
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