“¡Mírame y no me toques, pero mírame!” clama en su canción homónima Joan Manuel Serrat, dentro de su álbum no casualmente titulado Utopía.
Personas que se han perseguido con las miradas, sin tocarse, ni avanzar en una comunicación, han existido siempre. Pero ahora ese hecho está mediado por la tecnología y se pone de manifiesto en las redes sociales.
¿Hay algún personaje de tu biografía sexual que mira tus historias en silencio? ¿Te ha ocurrido que alguien con quien tuviste algo y ya no tienes contacto, cada tanto tiempo pone “me gusta” a alguna de tus publicaciones? Seguramente que sí, y podrán decirme que es corriente ver las historias o estados de los conocidos en las redes, e incluso dar “me gusta”, por supuesto que sí. ¿Pero qué ocurre si esa misma persona, evade todo tipo de comunicación?
A los seres humanos nos encanta ponerles nombres a las cosas, tal vez porque nombrarlas de alguna manera nos ordena o nos alivia. En este caso se ha dado en llamar orbiting, es decir, orbitar, a este comportamiento de mantenerse orbitando alrededor de la vida de una persona, haciendo notar la presencia, pero al mismo tiempo evitando la comunicación directa.
Esta acción de orbitar tiene por lo menos dos impactos posibles en nuestra existencia. Recordemos que estamos hablando de vínculos sexo afectivos, en donde hubo un interés manifiesto o incluso una relación, ya sea ocasional o estable, por lo cual se incluyen las exparejas.
Una de las vertientes posibles del orbiting, es la seducción. En el mejor de los casos, ese deambular en la órbita del deseo es una manera de mostrar un interés, tal vez no muy decidido, pero presente, dejando la puerta abierta para cuando sea el tiempo del encuentro. Y por el lado de quien es “orbitado” puede significar sentirse deseado, o acompañado por un tipo de interés afectivo incluso, si se quiere, respecto a su persona.
Pero la cara más oscura del orbiting, se registra en el malestar que puede surgir de la disonancia o desfasaje entre la expectativa que despierta esa presencia y/o el impacto emocional de las reminiscencias del pasado en la persona “orbitada”; y la falta de intenciones de concretar un encuentro o una comunicación, de parte de quien orbita.
Es una desagradable costumbre no hacerse cargo de lo que se genera en los otros con las propias acciones. Lo saludable en estos casos es apelar a la empatía, y como siempre decimos, no hacer lo que no nos gustaría que nos hagan. Si sabemos que la otra persona está pendiente de nosotros, y no estamos dispuestos a sostener un diálogo o una mínima interacción, es mejor evitar el orbiting para no dañar innecesariamente.
Mirar, desear, mostrar, provocar, seducir…en la órbita del deseo, siempre será placentero si se hace con empatía, respeto y cuidado.
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