En Argentina, a pocas horas de 2019, se denunciaron ya tres situaciones de abuso sexual realizadas en “manada”. Una manada, literalmente, es un grupo de animales de la misma especie que se desplazan juntos. Andar juntos les otorga ciertas ventajas para la defensa ante predadores y para la caza.
Es fácil comprender por qué se adopta ese nombre para ciertas formas de comportamiento social humano, cuando un grupo de varones se desplaza y actúa en grupo, particularmente cuando terminan ejecutando actos de violencia y abuso.
Puede resultar llamativo que en un contexto social de movilización contra todas las formas de violencia y discriminación basada en el género, emerjan más que nunca denuncias de este tipo. Pues debo decirles que no es una paradoja, sino todo lo contrario. El contexto socio político nacional e internacional habilitante, sumado a la globalización de la información a través de las nuevas tecnologías, hace que hoy, 2019, estemos al tanto de estas situaciones que por primera vez se visibilizan pero que lamentablemente han existido siempre.
Ahora bien, ¿cuál es la lógica subyacente a esta modalidad de abuso? Debemos considerar distintas vertientes. Por un lado, los conocimientos filogenéticos, antropológicos y sociológicos coinciden en que el funcionamiento grupal es una tendencia en el comportamiento de los varones desde tiempos inmemoriales, la expresión popularizada de “la unión hace la fuerza” es una manifestación cultural de ello. Por otro lado, cuando esto involucra la violencia y la sexualidad, se pone en juego algo del orden de la mostración, o la demostración, entre pares, para la reafirmación de la masculinidad.
El sometimiento sexual ha sido una forma de detentar el poder a lo largo de la historia de la humanidad, fáctica y simbólicamente. Doblegar a alguien en su dimensión más íntima, es un gesto extremo de poder ejercido por la fuerza. Y repetimos cada vez, la violación no es un acto sexual, es un acto de violencia.
Pero, presumiendo que la justicia encuentre que los hechos fueron tal como se denunciaron: ¿por qué estos jóvenes necesitan ejercer violencia sexual para reafirmarse? La respuesta sólo puede pensarse desde una perspectiva de género, tan cuestionada por algunos sectores, pero imprescindible para comprender la lógica que subyace a este comportamiento, y que trasciende a sus protagonistas.
La perspectiva de género, replico por enésima vez, es un enfoque que analiza las relaciones de poder entre los géneros, orientada a la equidad, por lo cual pone de relieve las asimetrías de poder existentes en nuestra cultura, en la cual ha regido una primacía del género masculino (patriarcado) que aplicada a estas situaciones, permite comprender por qué un grupo de varones entiende que tiene derecho a disponer de una niña o adolescente para satisfacer sus impulsos sexuales, agresivos o simplemente para revalidar su poderío ante sus pares.
Una educación sexual integral con perspectiva de género, es decir, orientada a deconstruir las expectativas de rol asignadas a cada género (por ejemplo, la masculinidad asociada a la agresividad, y la femineidad a la pasividad), se propone desactivar la replicación de los modelos patriarcales (machistas) que habilitan a que un varón llegue a la adolescencia creyendo que no hay nada de malo en “tomar” lo que necesitan de una mujer, sin la menor empatía respecto al daño provocado.
Pero allí entramos todos. Cuando digo que excede a los protagonistas, digo que esta lógica subyace también al discurso de gran parte de la sociedad que cuestiona el comportamiento de la víctima, o de sus padres. Cuando alguien pregunta, “¿qué hacía la niña deambulando por allí o encontrándose con los jóvenes?” o “¿por qué los padres la dejaron salir?” o “ella estaba alcoholizada” o lo que es peor “ellos estaban alcoholizados”, y la lista sigue….cuando alguien se hace estas preguntas, está usando la misma lógica de “la manada”, y esa lógica habilita estos hechos. No son varones necesariamente psicopáticos, no son criminales fuera de serie, son jóvenes que crecieron en una sociedad escuchando a su madre, a su padre, y a los medios, decir que si la violaron es porque “algo habrá hecho”, es porque “las pibas vienen tremendas”, es porque “andaba sola por ahí”, es porque “ella los buscó”, es porque “la nena no debió tomar alcohol”, es porque “los padres no la cuidaron lo suficiente”….a lo cual les respondo: no importa cuán atrevida resulte una niña o adolescente, no importa cuán sola deambule por allí, no importa inclusive cuánto juegue a la seducción, no importa cuánto alcohol tome, no importa incluso si sus padres la descuidasen por completo, NADA, en esta Tierra habilita a un varón a abusar de ella. Cada vez que repiten esas frases, avalan un potencial abuso.
El debate sobre el consentimiento
La otra cuestión es el consentimiento. Intentaré dejarlo claro. Supongamos un consentimiento pleno de parte de la niña, supongamos incluso que se pusieron de acuerdo previamente. Una niña de 14 años, no tiene la misma madurez psicosexual que un varón de 21 años o más de edad, para decidir si quiere participar de un encuentro sexual con él, y menos de un encuentro sexual de esa naturaleza (con más de dos personas). Que una persona adulta decida participar de un trío sexual o sexo grupal en general, está perfecto, pero ¿podemos pensar que espontáneamente una niña de 14 años de edad desee experimentar ese tipo de encuentro?, alguien podrá argumentar que accedió voluntariamente, bueno aun así no puede ser menos que producto de la manipulación del adulto haciendo abuso de la asimetría de poder que resulta de la diferencia de edad.
Entendamos, en términos generales, que cuando una de las personas involucradas es menor de 16 años, y la otra es mayor de edad, o bien cuando ambas personas son menores, pero existe una diferencia de más de cuatro años entre sus edades, desde el punto de vista sexológico se considera abuso en tanto es un hecho que interfiere en el desarrollo psicosexual de esa persona. Podemos pensar el consentimiento sexual válido entre los 13 y los 16 años entre pares etáreos, no en relación a un adulto. Dos personas de 14 años por ejemplo, pueden explorar juntas la sexualidad acorde a las inquietudes de esa etapa del desarrollo. Pero la intervención de un adulto configura de otra manera ese proceso porque incorpora elementos que no hubiesen estado allí en ese momento. Por eso desde el punto de vista legal existen las figuras de consentimiento viciado, estupro y corrupción de menores.
Por supuesto que en cada uno de los casos, la justicia hará sus investigaciones y dictaminará sobre lo sucedido. No es mi misión ni la de nadie más juzgar anticipadamente invalidando los mecanismos institucionales previstos para tal fin. Lo único que propongo en esta nota son elementos para pensar la lógica, las creencias sociales que subyacen a los distintos escenarios posibles para que todos y cada uno de nosotros nos hagamos cargo de prevenirlos, y no depositemos la responsabilidad exclusivamente en los perpetradores como si fuesen seres abominables que nada tienen que ver con el resto de la sociedad.