Newell’s hizo el ridículo en la Bombonera: cinco cachetazos, cero reacción y un club a la deriva
El 5-0 de Boca fue algo más que una goleada: fue una radiografía del caos.
Por Mauro Yaspizza
El equipo de Cristian Fabbiani fue un cuerpo sin alma, víctima de su propio desconcierto y de una dirigencia que ya no sabe a qué juega. Astore, otra vez en el centro del fracaso, mientras la gente se pregunta cuánto más se puede caer.
Lo de Newell’s en la Bombonera no fue un partido. Fue una humillación con público, televisión y testigos. Cinco goles en una noche que expuso lo peor: un equipo sin idea, sin rebeldía y con un técnico que parece haber perdido el rumbo antes de empezar a caminar.
Cristian Fabbiani planteó un esquema que duró menos que un suspiro. Línea de cinco, presión alta, laterales adelantados. En el pizarrón sonaba audaz; en la cancha fue un suicidio táctico. A los seis minutos ya perdía uno a cero, y para la media hora Boca lo estaba goleando. El resto fue resistencia pasiva: un equipo entregado, con la mirada perdida y la camiseta arrugada por la impotencia.
Giménez, abrió la cuenta con un doblete, fue el símbolo de la burla del destino. Porque ni siquiera se necesitó una actuación brillante del rival: Boca jugó en tercera, con suficiencia y sin sobresaltos. Hizo tres goles antes de romper a transpirar. Después, completó el trámite con Costa, Aguirre y Blanco. Una paliza futbolística y moral.
Pero lo de Newell’s no se explica solo en noventa minutos.
Fabbiani, que llegó con la promesa de “cambiar la mentalidad”, todavía no encontró ni el equipo ni la voz de mando. Sus decisiones desconciertan, su lectura del juego preocupa y su oratoria postpartido ya suena vacía. La autocrítica nunca aparece, y el discurso del “estamos en construcción” se volvió excusa de manual.
El problema, sin embargo, va más arriba
Ignacio Astore y su comisión directiva llevan años administrando una institución con el piloto automático. Sin proyecto deportivo claro, sin planificación y con errores repetidos en cada mercado de pases. Los técnicos se suceden, los planteles se desarman, y la deuda futbolística se acumula igual que la económica.
Newell’s hoy es un club sin rumbo, sostenido por el amor incondicional de una hinchada que merece mucho más que estas vergüenzas.
El 5-0 no es una anécdota. Es una alerta roja, una señal de incendio institucional. Porque perder puede pasar, pero entregar el alma y la dignidad no. Y lo que se vio en la Bombonera fue exactamente eso: un equipo vacío, una dirigencia desorientada y un técnico que todavía no entendió dónde está parado.

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