Por Mauro Yasprizza.
Mientras los hinchas mastican derrotas, Ignacio Astore y su comisión directiva desarman el club con ventas apuradas, préstamos sin sentido y refuerzos vetustos que parecen salidos de un geriátrico del fútbol.
Newell’s Old Boys atraviesa el mercado de pases como quien atraviesa un cementerio: lleno de nombres, fechas y epitafios deportivos. Los informes oficiales muestran lo que los hinchas ya sienten en carne propia: un club convertido en supermercado de talentos y geriátrico de futbolistas en retirada.
Las imágenes no mienten. Juveniles entregados por porcentajes irrisorios, ventas a destinos de segunda línea que apenas dejarán monedas y la incorporación de jugadores cuya mejor versión quedó archivada en YouTube hace años. Lo de Astore y compañía no es gestión: es remate público.
Se festejan cifras millonarias en balances que jamás se traducen en jerarquía real dentro de la cancha. Se firman contratos largos con jugadores que no ofrecen futuro y se malvenden porcentajes de pibes que podrían haber sido patrimonio deportivo y económico. Cada nombre, cada salida, cada llegada, desnuda lo mismo: un club sin proyecto, sin brújula y sin ambición competitiva.
Y mientras tanto, la pelota rueda. Rueda mal. Los malos resultados deportivos no son casualidad, son consecuencia. Consecuencia de una dirigencia que confundió gestión con liquidación, y que pretende tapar la sangría con fotos de camisetas nuevas y sonrisas forzadas en conferencias de prensa.
El fútbol no se gobierna con planillas de Excel ni con conferencias de prensa, se gobierna con una idea y con respeto por la camiseta. Lo que está haciendo Astore es dejar un Newell’s empobrecido, desordenado y sin horizonte.
La enseñanza es brutal:
Un club puede vender jugadores, puede equivocarse en refuerzos, incluso puede perder campeonatos. Lo que no puede perder es su dignidad deportiva. Y esa, hoy, está siendo rifada al mejor postor.
Para comentar, debés estar registradoPor favor, iniciá sesión