Sin alma ni fuego: Newell’s empató y preocupa el cómo
El equipo de Fabbiani volvió a dejar pasar una oportunidad. Fue 0 a 0 ante Aldosivi, pero lo que inquieta no es el resultado, sino la pobreza ofensiva, la falta de rebeldía y la sensación de que todo cuesta demasiado.
Por Mauro Yasprizza.
Hay partidos que se olvidan rápido, y este en Mar del Plata es uno de esos. Pero el problema es que lo que mostró Newell’s no se borra tan fácil. Porque cuando el equipo no juega, cuando no lastima, cuando no tiene peso ofensivo ni un atisbo de rebeldía, hay algo más profundo que un simple empate.
El resultado fue justo, sí. No sufrió atrás, la defensa cumplió, y el debut de Espínola en el arco fue correcto. Pero todo eso, que no está mal, también dice poco. Porque el fútbol no vive solo de lo que se evita, sino de lo que se genera. Y hoy, Newell’s generó nada.
No es táctica. Es otra cosa. Es que Herrera no desborda, que Maroni parece ausente, que Cocoliso no pesa. Es que Banega intenta pero no alcanza, que las bandas no se sueltan y que cuando hay que romper, nadie rompe. Un pase entre líneas, un desmarque con veneno, un tiro con alma. Nada. Todo se juega en piloto automático, todo es previsible.
¿Y entonces? Entonces se vuelve a lo mismo: pelotazos largos, remates lejanos, y esperar que alguno tenga una tarde inspirada. Pero eso no aparece, y mientras tanto los partidos pasan y las chances también.
Hoy Newell’s fue eso. Un equipo prolijo, sin errores groseros, pero vacío de juego. Como si hiciera falta recordar que en este deporte no alcanza con no perder. La tabla puede perdonar empates, pero el juego no perdona la falta de ideas.
Y por eso preocupa. Porque este 0-0 no duele por lo que fue, sino por lo que empieza a repetirse. Porque Aldosivi, como antes Banfield, era una oportunidad para crecer. Y otra vez se eligió el camino corto. El camino sin alma.
Fabbiani tendrá dos semanas. Tiempo para ajustar, para mirar a los costados y preguntarse si hay otras cartas. Porque si el plan es este, algo tiene que cambiar. O cambiarán los nombres, o cambiará el rumbo.
Lo peor que puede pasarle a un equipo no es perder. Lo peor es que deje de emocionar.
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